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Solo Existe Encadenar o Fallar. Si No, Pregúntale a Alex Megos

Alex Lowther  /  Nov 16, 2019  /  19 Min Read  /  Climbing

Alex logra quedarse en el icónico movimiento del crux—un punto muerto ente un mono-dedo y una regleta terrible—durante el primer ascenso de Perfecto Mundo, una de las rutas más difíciles del mundo. Foto: Ken Etzel

Alex Megos maneja su avejentada Volkswagen por los sinuosos caminos que tejen el valle de Frankenjura. Es junio en la Baviera rural, donde el verde continuo se encuentra con un azul extenso. El pavimento ocasionalmente deja ver un bucólico pueblito levantado alrededor de un campanario. Alex ha hecho este viaje de una hora, desde la casa de sus padres a la roca, más de mil veces.

Las ventanas abajo. La contagiosa melodía de “Shake It Off”, de Taylor Swift, suena en la radio. Lo que Alex hace junto a ella, a gran volumen y con mucho entusiasmo, podría humorísticamente llamarse cantar. Se sabe la letra de memoria, igual que con la mayoría de los éxitos de la cantante americana. Solo comenzó a “escuchar música” hace un par de años, pero ella es su artista favorita y él parece estar enamorado como un niño. Sueña con llevarla a escalar. “O sea, podría ser entretenido para ella”, dice. “Podríamos cantar un poco en el auto. Ella podría ayudarme con las letras. A veces no entiendo bien lo que dice porque balbucea un poco, por lo que podría preguntarle ‘¿Qué decía esa línea Taylor? ¿Podrías repetir eso un poquito más lento Taylor? Muchas gracias Taylor’”.

El plan de hoy es grabar a Alex en una histórica ruta llamada Wallstreet, que fue el primer 5.14b (8c) del mundo. La ruta fue establecida por el héroe local Wolfgang Güllich en 1987 y marcó la mitad de un período de nueve años en los que Güllich personificó la expansión de los límites de la dificultad en la escalada exponencialmente, principalmente aquí en Frankenjura. Fue un patrón de progreso conducido principalmente por una persona, quizás todavía inigualado en la historia del deporte. Y tal vez habría continuado, de no haberse visto truncado por el trágico accidente automovilístico que le costó la vida en 1992.

Alex, ahora con 26 años, tenía 17 la primera vez que escaló Wallstreet, y la ha repetido muchas veces desde entonces. Estamos trabajando en un proyecto audiovisual con él, y la idea es mostrar el legado de rutas duras de Güllich en Frankenjura. Alex idolatra a Güllich y, como un orgulloso local de Frankenjura actualmente considerado entre los mejores escaladores del mundo es, aparentemente, el heredero de su legado. Alex lo reconoce y, hasta cierto punto, ha guiado su vida bajo la imagen de Güllich. Pero hoy no tiene nada que demostrar, mucho menos al equipo de producción. Todo lo que necesita hacer es conectar algunos movimientos. Sin presión, pocas expectativas.

Solo Existe Encadenar o Fallar. Si No, Pregúntale a Alex Megos

Alex se toma un descanso del entrenamiento. Un poster del legendario Wolfgang Güllich en Acción Directa lo vigila. Erlangen, Alemania. Foto: Ken Etzel

El crux de Wallstreet se compone de seis movimientos entre los minúsculos agarres de una protuberancia en lo más alto de los casi 17 metros de la ruta. Mientras Alex llega al crux, las cosas empiezan a salir mal. Cuando se cae, en el segundo movimiento, reacciona como con curiosidad. “Ho. Bueno. Eso no se sintió bien”. El aire en el bosque está quieto, húmedo y, a pesar de la sombra, un poco caluroso. Todas ellas son malas señales para un escalador que busca apretar a lo largo de los pequeños y resbalosos agujeros y bordes de la ruta. Comenzando desde el principio del crux, sigue intentándolo. Está haciendo largos y estáticos movimientos a los agarres, a penas alcanzándolos para luego dar largas batallas con el emplazamiento de las puntas de los dedos antes de gruñir por la frustración, tratando de ajustar lo pies y, finalmente, dejándose ir. Esto se repite varias veces. “No tengo lo que hace falta”, dice. “Estoy muy débil”. Alex enmudece. La escena enmudece. En su mente, debería ser capaz de encadenar esta ruta sin pensarlo dos veces. Solo es un 8c. Se sienta en el arnés, lánguido, con los hombros hundidos, mirando fijamente la piel de la punta de sus dedos entre intentos. “Soy un pedazo de mierda”, dice, casi sin voz.

La mayor parte de los escaladores le echaría la culpa a las malas condiciones. Públicamente, Alex nunca ha culpado a nada excepto a su propia debilidad por sus fracasos. Durante el tiempo que pasé con él para esta historia, nunca dio excusas en privado tampoco. “Si está muy caluroso, muy húmedo, los agarres están mojados, o lo que sea. Si eres suficientemente fuerte, la ruta es escalable”, dice. “No hay excusas”.

Su escalada se hace peor. Decide bajar al piso. Un segundo intento después de un descanso no muestra mejores resultados. Está listo. Empaca rápidamente y se va, solo, mostrando algo de humor negro cuando le deseo un viaje seguro en la Autobahn: “No te preocupes por mí. Solo los escaladores fuertes mueren en accidentes de auto en Frankenjura”. Se va con dirección al gimnasio, donde entrenará por tres horas antes de irse a casa.

Después de que se va, Ken Etzel y yo cruzamos la mirada. Ken está dirigiendo la película. Mi cara debe haber dicho “¿Qué fue eso?” Ken responde levantando las cejas y medio encogiendo los hombros. En este punto, ha pasado casi cuatro meses viviendo con Alex y grabándolo, y han sido amigos por cuatro años. Ha estado presente en algunos de sus mejores momentos y, también, en algunos de los peores. Ken dice que todo se reduce a esto, “[Alex] pone tanta presión sobre sí mismo. Su objetivo final es que quiere ser el mejor escalador del mundo. Eso es. Y ahora, cualquier otra cosa será un fracaso. Y eso no es aceptable”.

En términos de la relación entre fuerza de dedos y peso Alex es, quizás, el escalador en roca más fuerte del mundo. Pero no es el mejor. “Más fuerte” es relativamente absoluto. “El mejor”, en escalada, es algo más complicado. Tiene que ver también con innovación y consistencia en el desempeño a lo largo del tiempo, y significa llevar a la dificultad a dimensiones que el deporte no haya conocido previamente. En general, esto significa muchos, muchos fracasos durante largos periodos de tiempo, algo que fue familiar para Güllich. Russ Clune, un patriarca de la escalada americana que fue buen amigo de Güllich en su década dorada, dice, “Wolfgang se tomaba el fracaso con calma, como cualquier persona que va a lograr algo difícil. Es un camino manchado por los fracasos. Y eso es lo que hace a los grandes escaladores. No se dejan derrotar por el fracaso. Los estimula a ser mejores”.

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Alex registra cada ruta que escala y que sea 8a o más difícil, una lista que asciende a miles en ese grado. Aquí documenta su primer ascenso de Perfecto Mundo, poco después de encadenarlo. Foto: Ken Etzel

A la mañana siguiente Alex toma un relajado desayuno en el patio de sus padres, justo a las afueras del próspero pueblo universitario de Erlangen, cerca de Nürnberg. Alex lleva una camisa hawaiana de colérico amarillo, que contrasta descaradamente con un floreado traje de baño rojo brillante. Unas piernas proporcionalmente muy delgadas salen de los shorts. Ninguno de los botones de la camisa está abrochado. La apertura de la camisa deja ver un torso lampiño cruzado por estriados músculos que recuerdan a los de una ilustración médica. El desayuno es té (nunca café) y un pote de yogurt espeso mezclado con un agotador surtido de polvos de proteína vegetal, que come directamente de la caja.

Hoy está de mejor humor. “Ayer fue una porquería de día”, dice, mientras toma un sorbo de té. Su inglés tiene un sonido clásico de Yorkshire, que agarró por pasar mucho tiempo escalando en Sheffield; los matices teutónicos son insignificantes. Le pregunto cómo durmió. Y me dice, casi como si fuera mecánico, “Sí, bien. Me dormí. Soñé con la ruta. Desperté. Y estoy listo para entrenar de nuevo”. Le pregunto con qué ruta soñó. Asumo que se refiere a Wallstreet o su gran proyecto en Céüse, Francia, donde se supone que estaríamos hace varios días. Pero su respuesta me sorprende: “Perfecto Mundo.”

Alex hizo el primer ascenso de Perfecto Mundo en mayo de 2018. Fue su escalada más difícil hasta ahora y, aparentemente, la segunda escalada más dura hecha con cuerda en la historia (después de la ruta de Adam Ondra, Silence), marcando el astronómico grado del 5.15c. Pero más significativamente, con tres semanas de intentos, fue su proyecto más largo de conseguir. Un logro monumental considerando que a algunos escaladores dedican años de trabajo en una ruta.

Los proyectos en donde el resultado es incierto contienen un idiosincrático cóctel de elementos. Con el tiempo se convierten en cercos en torno a la disolución de la fe, periodos de regresión y franca depresión. Se tornan en ansiosas ofensivas contra los relojes biológicos, estacionales o de viajes. Son un real y tremendo caldo de cabeza, que aparece cada vez que te haces el nudo para darle otro pegue a esta cosa.

Esta horrenda situación luego se ve exacerbada por las peculiares cuentas de la escalada en roca donde, si no hiciste un punto rojo—no la escalaste hasta la reunión sin caer—entonces no importa cuántas veces hayas estado a punto de hacerlo, o cuántas veces trataste, o si conoces la ruta con una intimidad generalmente reservada para las partes bajas de los amantes. También podrías nunca haberla tocado. No hay zonas grises. El fracaso es total a no ser que haya éxito.

Estas ecuaciones de todo o nada son las que dan forma al trabajo de los proyectos, que es una parte fundamental de la escalada en roca de dificultad, un lúgubre escenario para un escalador cuya relación con el fracaso ha sido tan históricamente atormentada como la de Alex. Hoy sigue luchando con eso. “Odio el fracaso”, me dice. “De verdad lo odio”.

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Puede que sea uno de los mejores escaladores del mundo, pero Alex aún aprecia la cultura de los vagos de la escalada. Como en este caso, despertando bajo la lluvia en una estación de bencina cerrada en la ruta a Céüse, Francia. Foto: Ken Etzel

Pareciera que Perfecto Mundo marcó un punto de inflexión, una señal de que Alex podía enfrentar al fantasma del fracaso, que podía llevar adelante un esfuerzo sostenido por una ruta y  salirse lo suficiente de su propio camino como para, eventualmente, clipear las cadenas de algo realmente difícil. Eso fue emocionante.

Hablé con él por teléfono el día que hizo Perfecto Mundo. Dijo, “No quiero sonar arrogante, pero esta es la primera ruta difícil que he hecho, de una forma que creo que marca el inicio de escalar duro para mi”. Esta observación levanta grandes preguntas: Si le tomó solo tres semanas hacer un 5.15c (9b+), ¿cuán duro podría escalar en tres meses? ¿qué tal en tres años? Si 5.15c marca el inicio de escalar duro, ¿a dónde podría llegar? ¿a dónde espera llegar? Por otro lado, si tres semanas de trabajar el proyecto lo dejaron con resaca, aún soñando con la ruta y evitando embarcarse en su próximo gran objetivo, ¿será capaz de sobrellevar un proyecto de años?

A esta altura, hacer las rutas rápidamente era tal vez lo más destacable sobre Alex. Es lo que lo hizo famoso. Escalar una ruta a vista es el opuesto de un proyecto de largo plazo. Es llegar frente a una ruta, sin información previa, tal vez leerla desde el suelo, para luego encordarse y escalarla. Encadenar algo a vista demuestra un nivel de maestría y es como una denominación sagrada. Es también lo que hizo de Alex un nombre familiar cuando logró el primer encadenamiento a vista de un 5.14d (9a) en 2013. Era su especialidad desde joven, principalmente por su trayectoria en competencias, que pone la prioridad en hacer las rutas correctamente al primer intento. (Las competencias de escalada se establecen con dificultad progresiva; en esencia, el ganador es la persona que llega más arriba en el primer intento).

Alex comenzó a competir poco después de que su padre (que aprendió a escalar en un programa universitario que dictó Güllich) le enseñó a escalar a los 5 años. A los 8 ganaba competencias juveniles. A los 13 ya era parte de equipo juvenil regional, que es donde conoció a los dos entrenadores que aún lo acompañan hoy, Dicki Korb y Patrick Matros.

Dicki tiene 53, con una cabeza perfectamente afeitada, un fuerte acento alemán y una inclinación por el vestuario agresivamente colorido. (Que es de donde, sospecho, Alex sacó eso de los shorts floreados y las siempre presentes poleras amarillas; en un momento Dicki defendió su estética citando la cuña de la leyenda deportiva Neon Deion Sanders con un pequeño acomodo, “Te ves bien, te sientes bien, escalas bien”). Dicki vio a Alex escalar el día que se conocieron. “Rápidamente vimos a un prodigio parado frente a nosotros, con unos zapatos que le quedaban grandes. Comparado con los otros niños—que eran buenos—él era algo completamente diferente”. Este chiquillo callado, que parecía un duende con su pelo claro y ojos azules, que siempre pedía que le bajaran el volumen a la música de la van, recuerda Dicki, nunca se empopeyaba. “Era como, bueno, tenemos que cuidar a este chico”.

Alex nunca quería descansar, y nunca quería que los días de escalada se terminaran. “Mi nivel de entusiasmo era 10 de 10”, cuenta sobre sus primeros días. “Todo lo que quería era ir a la roca todos los días. Me iba a la casa para almorzar y empacaba la mochila. Después del colegio ni siquiera entraba. Abría la puerta de la casa, tiraba la mochila del colegio, agarraba mi mochila de escalada y me iba en bicicleta a tomar el tren para ir a escalar”. Lo hizo así por años. La principal tarea de Dicki fue bajarle las revoluciones a Alex, hacerlo que construyera su base para que los tendones y las articulaciones pudieran seguirle el ritmo al crecimiento de su musculatura. “El don de Alex es su motivación”, dice. “Es una motivación intrínseca”. Y recrea una escena explicando a Alex lo que es un día de descanso. “No Alex, no. Este es un día de descanso. ‘¿Cómo?’ Un día de descanso. ‘¿Qué es un día de descanso?’ Es un día en el que no escalas. ‘¿Qué? ¡No!’ Él no quiere escuchar nada de eso”.

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Alex le da un pegue a Biographie, el primer 5.15 del mundo, que encadenó en tres intentos hace ya varios años. Céüse, Francia. Foto: Ken Etzel

Alex caminaba el bosque de Frankenjura, siguiendo los pasos que Güllich dio usando calzas de spandex, descubriendo rutas duras y casi olvidadas, mientras los otros niños estaban en gimnasios acolchados agarrando todas las presas verde lima de una ruta. “Esto entrega un montón de impresiones diferentes de distintos tipos de movimientos” dice Jorgos, su padre. “Es como una biblioteca en su mente, y tiene miles de formas diferentes de moverse en la pared. Y en las competencias, solo tiene que agarrar el libro correcto del estante”.

Cuando comenzó a competir de niño a nivel europeo, Alex lo dominó. Por dos años consecutivos ganó el campeonato juvenil europeo, a pesar de la presencia del joven titán checo, Adam Ondra, que tiene la misma edad. Entre 2009 y 2010, ganó nueve de diez veces la Copa Juvenil Europea, algo que nadie había hecho y ni ha hecho desde entonces. Este tipo de éxito alimentó su obsesión con la escalada, su motivación y también sus expectativas, que eran simples: Ganar. “De niño él sabía que estaba teniendo estos sentimientos de ser bueno, de ser excepcional”, dice su padre. “Y además tuvo tantos éxitos, y esto le probó que estaba en el camino correcto”.

Pero ser un prodigio tiene sus inconvenientes. Los padres de Alex dicen que se ponían nerviosos al verlo en las competencias cuando era niño, no porque tuvieran grandes expectativas o se pusieran nerviosos por él, sino porque el no ganar ponía a Alex de mal humor por días. “Sencillamente no hablaba” dice, Anna, su madre. No podían hacer nada al respecto. “Era como una enfermedad”.

A los 18, cuando pasó de competir en la división juvenil a medirse con adultos experimentados, dejó de ganar—a menudo sin lograr llegar a las finales. Se tomó esas derrotas bien duro. Dejó de competir por varios años. Alguna gente especuló que ya no tenía más para dar en la escena competitiva. Otro dijeron que no pudo soportar las derrotas y renunció. “Hay algunas personas que son, de verdad, naturalmente buenas en algunas cosas. Y cuando eres de verdad naturalmente bueno en algo, es genial… para comenzar”, dice Clune. “Pero también te pierdes, creo, el proceso de ser capaz de apestar. Si tienes un don, de cierta manera estás maldito, porque es mucho más difícil aprender cómo no ser dotado cuando te das contra un muro. Llegar más allá significa que tienes que aprender a relacionarte con el fracaso”.

Alex cambió el foco para escalar al aire libre, y en este ambiente con menos presión, donde la competencia es siempre más personal, y ganar (y por lo tanto también perder) no se manifiesta de la misma manera, prosperó. Encadenó su primer 14b (8c) en 2009. Un mes después hizo su primer 14c (8c+). El mundo exterior lo vería periódicamente en la prensa internacional de escalada como un muchacho joven escalando grados altos en pocos intentos. Si no podía hacer una ruta, simplemente la dejaba y seguía a la próxima.

Luego, en 2013 cuando Alex tenía 19, hizo un viaje a Siurana, una reconocida pared de caliza en España. Al segundo día estaba buscando la famosa ruta La Rambla, 5.15a (9a+) de referencia, cuando confundido por la guía se encontró al frente de la ruta de Chris Sharma, Estado Crítico. Esta vía comparte el comienzo con otra ruta más fácil, pero se mueve a la derecha a los 20 metros, donde obtiene el legendario grado de 5.14d (9a). La primera persona en escalar un 9a fue Wolfgang Güllich, cuando hizo el primer ascenso de la más famosa ruta de escalada deportiva del mundo, Acción Directa, en 1991.

Cuando se trata de encadenar a vista algunas personas encuentran mucha ventaja al observar bien los agarres, algunos llevan binoculares para encontrar pequeñas pistas, otros pasan una hora o más dilucidando cuál será la información más relevante. Toda clase de triquiñuelas de la escalda. Alex no hace triquiñuelas. Son poco éticas para su visión de las cosas, su Weltanschauung, si quieres decirlo en alemán. Nada de goma adherente en las rodillas para empotrarlas, nada de extensores para clipear, sin usar zapatillas diferentes en cada pie para encadenar, nada de esa truculenta información al revés. Si no puede hacer algo, acata una solución consistente: Deshazte de la debilidad. Hazte más fuerte. Al final, una de las frases más famosas de Güllich fue, “No hay tal cosa como demasiado poder”.

Alex descubrió dónde estaba la primera chapa, se puso las zapatillas y partió desde el suelo, sin estar seguro de cuál de las dos rutas iba a terminar. “Llegué al punto donde la ruta se divide y en realidad estaba considerando, ya sabes, tomar la salida más fácil, porque pensé, ‘OK, tengo una buena chanche de encadenar esto a vista’”. Pero había venido a España a escalar rutas más duras así que pensó que podría escalar todo lo que pudiera hasta caer, luego leer el resto y tratar de terminar la ruta rápido. “Por eso clipié cada cinta en la subida, porque venía pensando que si me caía no iba a tener que esforzarse tanto por recuperar la posición”. Y luego se encontró en la última chapa. “Estaba muy empopeyado y de verdad en mi límite, pero miré arriba y vi la reunión. La clipeó. “No dimensioné, hasta después, lo que había hecho”.

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Un vuelo al atardecer. Foto: Ken Etzel

Era la primera vez que alguien había escalado a vista un 9a. Alex no dijo nada al respecto. Toni Arbonés, que dirige el camping de escaladores en Siurana, escuchó a alguien hablando sobre eso y llamó a la revista de escalada española, Desnivel, para contarles la noticia. La revista llamó a Alex y escribió la historia. Alex fue a escalar al día siguiente, como es común. Pero en cuanto llegó de vuelta al camping esa tarde, “Sentí que explotó”, dice, “Todo cambió cuando eso sucedió”.

El día después del que Alex me dijo que todavía soñaba con Perfecto Mundo, aún estamos en Erlangen esperando, nominalmente al menos, a que el clima amainara en Céüse, Francia, donde Alex se suponía iba a estar trabajando en su proyecto. Mientras tanto, entrena. Alex entrena principalmente por sí solo, frecuentemente dos sesiones al día, una en el gimnasio de Nürnberg que es bueno para escalar y otra en el gimnasio que es bueno para entrenar. En realidad es algo divertido verlo entrenar, más que a la mayoría de las personas al menos. Por ejemplo, es muy muy bueno para las tracciones: Se toma del borde más pequeño del Beastmaker 2000, de casi 0,6cm de profundidad, y lo sostiene al menos a 30cm hacia fuera por toda la tracción. Simplemente levita, con el cuerpo perfectamente rígido. Y no deja de hacerlas cuando su barbilla está al nivel de sus manos; sino cuando llega a las manos con la caja torácica. Además tiene una misteriosa habilidad para recordar la información de una ruta. Una vez lo vi divisar y memorizar una secuencia de 45 movimientos en tres minutos. La recordaba al día siguiente.

“Creo que el entrenamiento es más sencillo para la mente que intentar una ruta dura”, dice. “Entro en modo robot y hago cuatro o cinco horas de entrenamiento. Tan pronto como sales del gimnasio todo está bien de nuevo, ¿comprendes? Tu mente ya no está contra en los anillos. Ni en la multipresa. Estás satisfecho y ya no estás pensando en eso”. Compara esto con su mentalización durante un proyecto difícil. “Cuando estás probando una ruta difícil tu mente está constantemente ocupada por ella. 24 horas al día. Te vas a casa y piensas en la ruta. Estás en la cama y no puedes dormirte, estás pensando en la ruta. Sueñas con la ruta. Te levantas y piensas de nuevo en la ruta. Y es difícil para la mente estar ocupada todo el tiempo por una sola cosa”.

Pero aún en el gimnasio la ruta inconclusa de Céüse lo acecha. Una serie de presas de madera, hechas a la medida, sin marca, aguardan por su desempeño en la relativamente aislada pared de 45 grados de Café Kraft. (Kraft significa “fuerza” o “poder” en alemán y el Café Kraft original era un restaurante en Frankenjura que Güllich y sus amigos solían frecuentar). Las tomas son una réplica del crux de su proyecto, un problema de boulder V13 (8B), y son predeciblemente horrendas. Toda la secuencia comienza a verse imposible cuando imaginas la escalada de 5.14 que tienes que hacer para llegar ahí, y los 18 metros de escalda 5.15 que vienen después.

Alex toca las presas ligeramente. “Bueno, yo creo que este proyecto es difícil. Es definitivamente más difícil que Perfecto Mundo, eso seguro. Es más difícil que cualquier otra ruta que yo haya probado, pero es todo lo que puedo decir”.

El progreso no siempre es lineal. Hace un tiempo, Cuando Alex ya llevaba dos semanas trabajando en Perfecto Mundo, Ken me mandó un video de Alex en el crux de la vía. Es un problema de boulder V10 o V11 que involucra un mono-dedo derecho, una pinza con la izquierda y una pinza para la derecha, al lado del labio de un gran techo de 45 grados. Ken había apuntado su teléfono a la pantalla de su computador cuando estaba revisando algunas de las grabaciones con Alex, por lo que puedes escucharlos reaccionando a la toma.

Mete el primer nudillo de su mano derecha en el mono-dedo del crux; lo ajusta en su poco profunda apertura una, dos, tres, cuatro, cinco veces; cambia los pies, regresando el izquierdo; y se lanza a la pinza de la mano izquierda que, aún sin nunca haberla tocado, se ve mala. Imagina un glóbulo de caliza como del tamaño de un disco de hockey derretido con un pequeño agarre como si fuera una tufa, que parece ser la única cosa usable en una pared con 45 grados de inclinación. La mano izquierda se mueve un buen trecho, tal vez 1,2 metros, hacia esta pinza.

Se toma del agarre, pone sus pies de vuelta en la pared y trata de reajustarse. La primera almohadilla de su dedo medio derecho aún está en el mono-dedo, a la altura de su cintura. Se detiene. Mira con curiosidad su mano izquierda en el agarre, luego mira sus pies. La piel en la punta de un dedo puede sentir una diferencia de textura de una centésima parte del tamaño de un grano de arena y, si cualquier pliegue no está llegando al lugar indicado, Alex sabe que no está tomando bien ese agarre. No podrá de moverse desde ahí. Pero en lugar de solo dejarse caer, se vuelve hacia Ken, que sostiene su cámara, y le da una muy alemana apreciación de su situación: “¿Ves como mis dedos la están cagando en este agarre?” Hace una pausa, gesticulando con la nariz hacia la mano izquierda. Mira a su alrededor, fútilmente, todo el tiempo suspendido. “No me puedo mover”. Hace otra pausa por un segundo y sacude la cabeza. “No me puedo mover. ¡Tensa!” Cuando dice “tensa”, su voz sube un tono. Cae fuera de cuadro.

Si estás viendo el reloj, sus manos están en los agarres del crux de la que podría ser la segunda ruta más dura del mundo por más de 13 segundos antes de caerse. Pasa de una derrota total a un momento de silenciosa contemplación, a un sorprendente análisis de las dificultades de la su situación. El extracto termina con las voces de Alex y Ken en el fondo, riéndose de la escena.

Aún tiene trabajo por hacer, pero las risas al final del video son una buena indicación de que Alex ha mejorado su relación con el fracaso. Estaba en medio de un proyecto difícil, ya 10 días dentro de él, y era capaz de ver uno de sus intentos y matarse de la risa por el absurdo. Encadenó la ruta un par de días después.

Finalmente llegamos a Céüse. Tras un par de días más de entrenamiento (y un viaje improvisado para ver a Taylor Swift en vivo en Manchester), Alex estaba listo para trabajar nuevamente en la ruta. No encadenó la ruta en ese viaje, pero un día, sentando bajo la perfecta corona de caliza de su cima, Alex reflexionó acerca del futuro.

“Mi objetivo es escalar lo más duro que pueda. Sea lo que sea que eso signifique. Se que aún no he alcanzado mi límite, por lo que solo quiero probarlo”. Y luego lo puso fuera de su alcance. “Nunca estaré satisfecho con lo que he escalado, porque siempre voy a sentir que debería haber sido capaz de escalar más duro. Lo que está bien”.

Hasta ahora, Alex ha hecho tres viajes para probar el proyecto, pero no ha logrado encadenarlo aún. Por mientras, ha estado lesionado, se ha recuperado y ha desviado su atención a calificar para las Olimpiadas de Verano de Tokyo 2020.

Este ensayo fue publicado en el Catálogo de Septiembre 2019 de Patagonia.

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